Tomado de:
TE QUIERO
Van
Gaal vio en él a un capitán antes que a un futbolista. Con las maletas
en la puerta para volar a Málaga por poco más de lo que costaba el
billete de avión, el entonces entrenador azulgrana paró la operación. El
joven Carles Puyol sería jugador del Barça. Como el propio Louis
relataría más tarde, los méritos del por entonces lateral derecho, no
fueron estrictamente futbolísitcos, sino su pundonor, su entrega y su
amor desaforado al club. ¿Cómo alguien con un corazón tan grande no le
iba a ser útil a su equipo? Pero Van Gaal se equivocó, porque ayer por
la tarde, ante los micrófonos, más vulnerable que nunca en estos 15 años
de carrera en el primer equipo del Barça, no sólo anunció su adiós un
símbolo, el escudo, la bandera y el palo que los sostiene a ambos, sino
que se despidió el central más grande de la última década y de toda la
historia culé. Hoy, por recordar las atajadas con el escudo, los pómulos expuestos primero y protegidos después,
los besos al brazalete, aquella Champions de Abidal… hoy, por recordar
todo eso, corremos el riesgo de serle injustos al futbolista. A Carles
Puyol. Al cinco.
Un 5 que empezó con el 32 y siendo suplente de Michael Reiziger. Como
empezaban hace unos años los canteranos. Escondidos, por momentos
testimoniales, esperando su momento para aferrarse a él y no soltarlo. Y
el momento le llegó en abril, en Champions League, ante el Chelsea y en
un Camp Nou con ansias de remontada. En cuartos de final tocaba darle
la vuelta al 3-1 cosechado en Londres. Van Gaal echó mano de libreto y,
como hacen los formados en su escuela futbolísitica, tiró de 3-4-3. Uno
de los tres de atrás, claro, sería Puyol. Si vas a defenderte con uno
menos, que uno valga por dos. Por el capitán que un día intuiste y por
el futbolista en que ese capitán se convirtió. El Barça dió la vuelta a la eliminatoria
y alcanzó la semifinal, pero la temporada terminaría sin títulos y en
verano Van Gaal cedió el testigo a Serra Ferrer. El mismo verano en que
Figo tomaría el puente aéreo rumbo a Madrid. La fuga del portugués es,
sin duda, un episodio clave en la historia de Puyol en el Barça. Figo
volvería al Camp Nou vestido de blanco, y Serra Ferrer le encargó su
marca a él. No le dejó respirar. Puyol fue sobre el campo lo que la afición en la grada. Había nacido un símbolo.
Un símbolo que a partir de entonces y durante algunos años, fue la
única noticia positiva de un club hundido. Un club que celebraba con
invasión de campo un cuarto puesto en Liga. Puyol era, al mismo tiempo,
el recuerdo y la esperanza de grandeza. Volvió. Con un Carles ya maduro,
el 5 de Abelardo en la espalda y el brazalete de Luis Enrique dando la
vuelta al brazo izquierdo. En el Barça de Rijkaard, Puyol saboreó por
primera vez los triunfos que su calidad exigía. Levantó Ligas y una
Champions, y formó junto a Rafa Márquez una pareja de centrales
prácticamente perfecta. Puyol, zaguero experto, marcador insalvable,
dejará para siempre su forma de ir al suelo para arrebatar el cuero de
los pies del delantero. Con el muslo y no con el pie, para que cuando el
rival tratase de alejar el balón de la entrada, la pierna de Puyol no
terminara todavía. Durante años nadie pudo escaparse. Tuvo que venir
Henry para, en la Final de París, superar la entrada picando el esférico
por encima de la pierna del cinco azulgrana. Una Final que ganaría el
Barça, y una Champions que levantaría Puyol. Su primera. Pero a esto
volveremos más tarde.
Tras Rijkaard llegó Guardiola. Pep tenía un sitio reservado para
Márquez, para Xavi, para Iniesta y para Messi. También para Alves o
Henry. Pero no para Carles. Durante el primer año del de Santpedor,
Puyol fue menos titular que suplente. Una vez consolidada la pareja
Márquez-Piqué, al capitán sólo le quedaba repartirse el lateral
izquierdo con Abidal. Pero el mexicano se lesionó, y aquel Márquez ya no
volvería. Puyol fue titular en la Final de Copa, la Final de Champions y
en el Bernabéu. En el feudo blanco, además, logró el gol que ponía por
delante al Barça, un gol que daba el pistoletazo de salida al mes más feliz
de la historia del club, e inmortalizado por una celebración que, hoy
ya lo podemos decir, iba dedicada a Luis Enrique. El mejor Barça de la
historia fue el de la pareja Piqué-Puyol. El de las piernas de Gerard y
los cuádriceps de Carles. Esos cuádriceps que tanto peso ponen ahora
sobre sus maltratadas rodillas. El capitán empezó a sufrir antes de lo
que recordamos. A aquella final en Wembley -la tercera para él- ya no
llegó, pero sin embargo será siempre su Final. La que le regaló a Abidal para que fuera la suya.
Unos cuantos años antes, en París, nervioso ante la responsabilidad
de levantar hacia el cielo parisino la segunda Copa de Europa del club,
Carles le dijo entre bromas a otro miembro del equipo: “La voy a coger y me la llevo“. Faltaría
más, Carles. Viniste cuando teníamos una y te vas dejándonos cuatro.
Devuélvela cuando quieras. Si quieres. Te quiero.
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